El escándalo de ver a Dios como uno de nosotros
Fr. Arturo Ríos Lara, ofm
¡Buenos días, buena gente!
XIV Domingo Ordinario B
Mc 6, 1-6
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?
¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?». Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa».
Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.
Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.
Palabra del Señor.
Jesús caminaba a su patria y sus discípulos lo seguían. Misión que parece un fracaso y en cambio se transforma en una feliz diseminación: “recorría los poblados enseñando”. En Nazaret no le creen y, anta el Evangelio, “no pudo hacer ahí ningún milagro”, pero corrige de inmediato: “solo impuso las manos a algunos enfermos y los curó”.
El rechazado no se rinde, sigue curando, aunque a pocos, aunque a uno solo. El amante rechazado no se deprime, sigue amando,, aunque poco, aunque uno solo. El amor no está cansado: solo está extrañado (“y se maravillaba de su incredulidad”). Así es nuestro Dios: nunca alimenta rencores, perfuma de vida.
Primero, la gente permanecía asombrada escuchando a Jesús. ¿Cómo es que el asombro cambia tan rápido en escándalo? Probablemente porque la enseñanza de Jesús es por completo nueva. Jesús es lo inédito de Dios, lo inédito del hombre; ha venido a traer una “enseñanza nueva” (Mc 1, 27), a poner a la persona antes que la ley, a cambiar la lógica del sacrificio, sacrificándose a sí mismo.
Y quien está homologado a la antigua religión no se reconoce en el profeta porque no se reconoce en ese Dios que se está anunciando, un Dios que da gracia a todo hijo, derrama misericordia sin condiciones, hace nuevas todas las cosas. La gente de casa, de la aldea, de la patria (v. 4) hacen como nosotros, que amamos ir en busca de confirmas de lo que ya pensamos, nos llenamos de repeticiones y redundancias, incapaces de pensar en otra luz.
Y luego, Jesús no habla como uno de los maestros de Israel, con un lenguaje alto, “religioso”, sino usa palabras de casa, de tierra, de huerto, de lago, esas de todos los días. Relata parábolas laicas, que todos pueden entender, donde un retoño, un grano de mostaza, un grano en primavera, se convierten en personajes de una revelación, de evangelio.
Y entonces, ¿dónde está lo sublime? ¿Dónde está la grandeza y la gloria del Altísimo? Escandaliza la humanidad de Dios, su proximidad. Y sin embargo es esta la buena noticia del Evangelio: que Dios se encarna, entra dentro de lo ordinario de la vida, abraza la imperfección del mundo, que para nosotros no siempre es comprensible pero para Dios siempre es abrazable.
Ningún profeta es bien aceptado en su propia casa. Porque no es fácil aceptar que un carpintero cualquiera, un artesano sin estudios y sin cultura, pretenda hablar como profeta. Con una profecía laica, cotidiana, que se mueve entre tiendas y aldeas, al margen del magisterio oficial, que circula por canales nuevos e inapropiados. Pero esta es la encarnación perenne de un Espíritu que, como viento cargado con polen de primavera, no sabes de donde viene y a donde va, pero llena las formas viejas y va más allá.
Fr. Arturo Ríos Lara, ofm
¡Buenos días, buena gente!
XIV Domingo Ordinario B
Mc 6, 1-6
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?
¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?». Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa».
Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.
Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.
Palabra del Señor.
Jesús caminaba a su patria y sus discípulos lo seguían. Misión que parece un fracaso y en cambio se transforma en una feliz diseminación: “recorría los poblados enseñando”. En Nazaret no le creen y, anta el Evangelio, “no pudo hacer ahí ningún milagro”, pero corrige de inmediato: “solo impuso las manos a algunos enfermos y los curó”.
El rechazado no se rinde, sigue curando, aunque a pocos, aunque a uno solo. El amante rechazado no se deprime, sigue amando,, aunque poco, aunque uno solo. El amor no está cansado: solo está extrañado (“y se maravillaba de su incredulidad”). Así es nuestro Dios: nunca alimenta rencores, perfuma de vida.
Primero, la gente permanecía asombrada escuchando a Jesús. ¿Cómo es que el asombro cambia tan rápido en escándalo? Probablemente porque la enseñanza de Jesús es por completo nueva. Jesús es lo inédito de Dios, lo inédito del hombre; ha venido a traer una “enseñanza nueva” (Mc 1, 27), a poner a la persona antes que la ley, a cambiar la lógica del sacrificio, sacrificándose a sí mismo.
Y quien está homologado a la antigua religión no se reconoce en el profeta porque no se reconoce en ese Dios que se está anunciando, un Dios que da gracia a todo hijo, derrama misericordia sin condiciones, hace nuevas todas las cosas. La gente de casa, de la aldea, de la patria (v. 4) hacen como nosotros, que amamos ir en busca de confirmas de lo que ya pensamos, nos llenamos de repeticiones y redundancias, incapaces de pensar en otra luz.
Y luego, Jesús no habla como uno de los maestros de Israel, con un lenguaje alto, “religioso”, sino usa palabras de casa, de tierra, de huerto, de lago, esas de todos los días. Relata parábolas laicas, que todos pueden entender, donde un retoño, un grano de mostaza, un grano en primavera, se convierten en personajes de una revelación, de evangelio.
Y entonces, ¿dónde está lo sublime? ¿Dónde está la grandeza y la gloria del Altísimo? Escandaliza la humanidad de Dios, su proximidad. Y sin embargo es esta la buena noticia del Evangelio: que Dios se encarna, entra dentro de lo ordinario de la vida, abraza la imperfección del mundo, que para nosotros no siempre es comprensible pero para Dios siempre es abrazable.
Ningún profeta es bien aceptado en su propia casa. Porque no es fácil aceptar que un carpintero cualquiera, un artesano sin estudios y sin cultura, pretenda hablar como profeta. Con una profecía laica, cotidiana, que se mueve entre tiendas y aldeas, al margen del magisterio oficial, que circula por canales nuevos e inapropiados. Pero esta es la encarnación perenne de un Espíritu que, como viento cargado con polen de primavera, no sabes de donde viene y a donde va, pero llena las formas viejas y va más allá.
0 comentarios:
Publicar un comentario