• Lo Último

    domingo, 1 de julio de 2018

    La muerte de una niña y las únicas palabras que salvan…

    La muerte de una niña y las únicas palabras que salvan…
    Fr. Arturo Ríos Lara, ofm.

    Domingo 1 de julio
    ¡Buenos días, gente buena!


    XIII Domingo Ordinario B
    Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva».

    Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
    Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
    Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada». Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.

    Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?». Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?».

    Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a los pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad».

    Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?». Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas».
    Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.

    Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba, la tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate». En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer. 
    Palabra del Señor


    La muerte de una niña y las únicas palabras que salvan… La casa de Jairo es una nave destrozada por  la tempestad: la hija, una pequeñita, apenas doce años, ha muerto. Y había gente que lloraba y gritaba. Frente a la muerte, Jesús se detiene y se conmueve, pero luego retoma las cosas, impulsa de nuevo, y le dice a Jairo: tú sigue teniendo fe. Y a la gente: la niña no está muerta, está dormida.
    Se reían de él. Entonces Jesús echó fuera a todos. Estos se quedaron fuera, con sus inútiles flautas, fuera del milagro, con todo su realismo. La muerte es evidente, pero la evidencia de la muerte es una ilusión porque Dios inunda de vida hasta los caminos de la muerte. Tomó consigo al padre y a la madre de la niña y a los que iban con él. Jesús no da órdenes para hacer las cosas, él toma consigo; hace comunidad y cercanía. Toma al padre y a la madre, los que más aman, recompone el círculo de los afectos en torno a la niña, porque lo que vence a la muerte no es la vida sino el amor.

    Y mientras se acerca en un cuerpo a cuerpo con la muerte, es como si dijera: entremos juntos en el misterio, en silencio, corazón a corazón: toma consigo a los tres discípulos predilectos, los lleva a una lección de vida, a la escuela de los dramas de la existencia, quiere que se acerquen, aunque sea solo por un momento al dolor de una familia, para que así adquieran esa sabiduría del vivir que viene de las heridas verdaderas, la sabiduría sobre la vida y sobre la muerte, sobre el amor y sobre el dolor que nunca aprenderían de los libros: hay mucha más “Presencia”, mucho más “cielo” junto a un cuerpo o un alma en el dolor  que junto a todos los pensamientos y doctrinas religiosos.

    Y entró donde estaba la niña. Un cuartito interno, una camita, una silla y alguna cosa más, siete personas en total, y el dolor que anuda la garganta. El lugar donde Jesús entra no solo es la habitación interna de la casa de Jairo, es la habitación más íntima del mundo, la más oscura, la sin luz: la experiencia de la muerte, por la que han de pasar todos los hijos de Dios. Jesús entrará en la muerte porque a ella van todos los que él ama. Lo hará para estar con nosotros y como nosotros, para que nosotros podamos estar con él y como él. No explica el mal, entra en él, lo invade con su presencia, y dice: Aquí estoy yo.
    Talitá kum. Niña, levántate! Y se levantarán todos, tomándose de la mano, jalándose hacia lo alto, repitiendo las dos palabras con las que los Evangelios relatarán la resurrección de Jesús: levantarse y despertarse. Las palabras de todas nuestras mañanas, de nuestra pequeña resurrección cotidiana. Y de repente la niña se levantó y caminaba, restituida al abrazo de los suyos, a una vida vertical y encaminada.

    Sobre toda creatura, sobre cada flor, sobre cada niño, a cada caída desciende todavía la bendición de aquellas viejas palabras: Talitá kum! vida joven, a ti te digo, levántate, revive, resurge, retoma el camino, vuelve a dar y a recibir amor!
    ¡Feliz Domingo!
    ¡Paz y bien!





    • Comentarios Blogger
    • Comentarios Facebook

    0 comentarios:

    Publicar un comentario

    Articulo Revisado: La muerte de una niña y las únicas palabras que salvan… Calificacion: 5 Revisado por: Fr. Arturo Ríos Lara
    Arriba