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    sábado, 28 de marzo de 2020

    “Aquel a quien tú amas…”

    ¡Buenos días, gente buena!
    29 de marzo de 2020
    V Domingo de Cuaresma A
    Evangelio
    Juan 11,1–45:

    Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta.
    María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo». Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». 


    Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea». Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?». Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él». Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo». Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará». Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo». 

    Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él». Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro Días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. 

    Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dio a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo». 

    Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás». Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!». 

    Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?». Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y le dijo: «Quiten la piedra». Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto». Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?». 

    Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar». Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
    Palabra del Señor


    “Aquel a quien tú amas…”
    El relato de la resurrección de Lázaro es a página del Evangelio donde Jesús aparece más humano. Lo vemos palpitar, llorar, conmoverse, gritar. Cuando ama, el hombre realiza gestos divinos; cuando ama, Dios lo hace con gestos muy humanos. Una fuerza pasa bajo todas las palabras del relato: no es la vida la que vence a la muerte. La muerte, en realidad, vence y se traga a la vida. En cambio, lo que vence a la muerte es el amor. Todos los que estaban ese día en Betania lo entienden: miren cómo lo amaba, dicen admirados. Y las hermanas acuñan un nombre muy bonito para Lázaro: “aquel a quien tú amas”…


    El motivo de la resurrección de Lázaro es el amor de Jesús. un amor que llega al llanto, hasta el grito imperioso: ¡sal fuera! Las lágrimas de quien ama son la lente más poderosa de la vida. Miras a través de una lágrima y entiendes cosas que nunca hubieras aprendido en los libros. La rebelión de Jesús contra la muerte pasa por tres pequeñas etapas: 


    1. Quiten la piedra. Echen fuera las piedras de la embocadura del corazón, las ruinas bajo las cuales se han sepultado con sus propias manos; fuera con los sentimientos de culpa, la incapacidad de perdonarse a sí mismo y a los demás; fuera la amarga memoria del mal recibido,  que te tiene clavado en tus sombras interiores.

    2. ¡Lázaro, sal fuera! Fuera, al sol, fuera, en la primavera. Y me lo dice a mí: sal fuera de la caverna oscura de los recuerdos y de las desilusiones, del mirarte solo a ti mismo, del sentirte el centro de las cosas. Sal fuera, le repite a la mariposa que hay en mí, encerrada dentro de la oruga que creo ser. No es verdad que las madres de todo el mundo dan a luz montadas en una tumba, como si la vida fuera absorbida de inmediato en la muerte, o caminara siempre al borde del abismo. Las madres dan a luz montadas en una esperanza, sobre una gran belleza, un mar inmenso, de muchos abrazos. Montadas en un sueño. Y de la eternidad. A cada niño que nace, Cristo y el mundo le gritan, a una voz: ¡ven, y tráenos más conciencia, más libertad, más amor!


    3. Suéltenlo y déjenlo irse. Desaten a los muertos de su muerte: libérense todos de la idea de que la muerte sea el final de una persona. Suéltenlo, como se sueltan las velas al viento, como se sueltan los nudos de quien se repliega en sí mismo, las ataduras del miedo, los enredos del corazón. Libérenlo de máscaras y temores. Y después: déjenlo irse, denle un camino, y amigos con quienes caminar, alguna lágrima, y una estrella polar. Qué sentido de futuro y de libertad emana de este Rabí que sabe amar, llorar y gritar; que libera y da senderos al corazón. Y entiendo que Lázaro seré yo. Yo soy, “aquel a quien tú amas”, y a quien nunca aceptaras ver terminar en la nada de la muerte.
    ¡Feliz Domingo!
    ¡Paz y Bien!




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    Articulo Revisado: “Aquel a quien tú amas…” Calificacion: 5 Revisado por: Fr. Arturo Ríos Lara
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