¡Buenos días, gente buena!
Domingo Ordinario XI A
Evangelio
Mateo 9, 36 – 10, 8
Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente.
Palabra del Señor
Mucha cosecha, pocos brazos
La mies es mucha. Y yo que creí que los campos de la vida eran áridos y los tiempos malos. Habría dicho: hay tanto por arar, y para cansarse; para cosechar, al final, basta cualquiera. Hay tanto sudor que mezclar a la semilla, una red para tirar toda la noche y tal vez para no pescar nada, como Pedro en el lago. Y en cambio Jesús nos sorprende: la cosecha es abundante. Y nos hace entender que los campos son suyos, la semilla la pone él, el hace crecer el mundo.
Hay tanto para cosechar porque el terreno es bueno; la historia sube, positiva, hacia un verano perfumado de frutos y no hacia un desierto sangriento. Desde arriba, Alguien mira y ve que el mundo todavía es algo bueno, como en el principio, al origen; todavía tiene fe en la bondad del hombre, hasta en la mía. Cada corazón es un surco de tierra sembrado de semillas divinas: un misterio pasa entre el corazón del individuo y Dios, sobre el que yo, cosechador y pastor, no intervengo pero admiro y agradezco. Los que cosechan buscan al Señor porque el trabajo más grande ya la hizo alguien más. Aquel que todavía sale a sembrar entre espinos y rocas, sobre los caminos y la buena tierra, a manos llenas, a corazón lleno.
Pero ¿quién amasará las cosechas de la paz, de la justicia, de la confianza, de la alegría? Son los discípulos que se convierten en apóstoles. Tú también estás llamado a agregar tu nombre a la lista de los doce, cada uno es el trigésimo apóstol, cada uno escribe su quinto evangelio, recibe la misma misión de los doce: anuncien que el reino de Dios está cerca; Dios está con ustedes, con amor.
Siéntelo cuando, no sabes por qué, te desborda el corazón. Es él, el buen pastor que carga tus incertidumbres. No hay ninguna escuela que enseñe a convertirse en apóstoles, porque no son las palabras, así sean hermosas, las que cuentan sino la convicción, la pasión, y el estupor que contienen. ¿Cómo vas a dar testimonio de que Dios está cerca si tú no lo sientes primero? Dios no se demuestra, se muestra: con las actitudes de la piedad y la compasión: curen, resuciten, sanen, den…
El enviado es pobre: un bastón para apoyar el cansancio, las sandalias para andar y andar. No tiene bolsa ni dinero, pero tiene la paz que ilumina los ojos y la fuerza que sostiene las manos; tiene alas de águila, dice la primera lectura; un suplemento de alas, un camino hacia el cielo, y una palabra capaz de robarse el corazón. Cada uno, como Cristo, es encrucijada de finito e infinito, de pies empolvados y alas de águila. La doble misión del discípulo es: existir para Dios, para sanar la vida. O al menos para hacerse cargo, si no somos capaces de sanar, de rebaños y de mieses, de dolores y de alas, de un mundo bárbaro y magnífico.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!
Domingo Ordinario XI A
Evangelio
Mateo 9, 36 – 10, 8
Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente.
Palabra del Señor
Mucha cosecha, pocos brazos
La mies es mucha. Y yo que creí que los campos de la vida eran áridos y los tiempos malos. Habría dicho: hay tanto por arar, y para cansarse; para cosechar, al final, basta cualquiera. Hay tanto sudor que mezclar a la semilla, una red para tirar toda la noche y tal vez para no pescar nada, como Pedro en el lago. Y en cambio Jesús nos sorprende: la cosecha es abundante. Y nos hace entender que los campos son suyos, la semilla la pone él, el hace crecer el mundo.
Hay tanto para cosechar porque el terreno es bueno; la historia sube, positiva, hacia un verano perfumado de frutos y no hacia un desierto sangriento. Desde arriba, Alguien mira y ve que el mundo todavía es algo bueno, como en el principio, al origen; todavía tiene fe en la bondad del hombre, hasta en la mía. Cada corazón es un surco de tierra sembrado de semillas divinas: un misterio pasa entre el corazón del individuo y Dios, sobre el que yo, cosechador y pastor, no intervengo pero admiro y agradezco. Los que cosechan buscan al Señor porque el trabajo más grande ya la hizo alguien más. Aquel que todavía sale a sembrar entre espinos y rocas, sobre los caminos y la buena tierra, a manos llenas, a corazón lleno.
Pero ¿quién amasará las cosechas de la paz, de la justicia, de la confianza, de la alegría? Son los discípulos que se convierten en apóstoles. Tú también estás llamado a agregar tu nombre a la lista de los doce, cada uno es el trigésimo apóstol, cada uno escribe su quinto evangelio, recibe la misma misión de los doce: anuncien que el reino de Dios está cerca; Dios está con ustedes, con amor.
Siéntelo cuando, no sabes por qué, te desborda el corazón. Es él, el buen pastor que carga tus incertidumbres. No hay ninguna escuela que enseñe a convertirse en apóstoles, porque no son las palabras, así sean hermosas, las que cuentan sino la convicción, la pasión, y el estupor que contienen. ¿Cómo vas a dar testimonio de que Dios está cerca si tú no lo sientes primero? Dios no se demuestra, se muestra: con las actitudes de la piedad y la compasión: curen, resuciten, sanen, den…
El enviado es pobre: un bastón para apoyar el cansancio, las sandalias para andar y andar. No tiene bolsa ni dinero, pero tiene la paz que ilumina los ojos y la fuerza que sostiene las manos; tiene alas de águila, dice la primera lectura; un suplemento de alas, un camino hacia el cielo, y una palabra capaz de robarse el corazón. Cada uno, como Cristo, es encrucijada de finito e infinito, de pies empolvados y alas de águila. La doble misión del discípulo es: existir para Dios, para sanar la vida. O al menos para hacerse cargo, si no somos capaces de sanar, de rebaños y de mieses, de dolores y de alas, de un mundo bárbaro y magnífico.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!
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