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    sábado, 13 de febrero de 2021

    Si quieres, puedes curarme

    Si quieres, puedes curarme

    ¡Buenos días, gente buena!

    VI Domingo Ordinario B

    Evangelio

    Marcos 1, 40-45

    Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme».

    Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado».

    En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.

    Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:

    «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».

    Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos, Y acudían a él de todas partes.

    Palabra del Señor

    La compasión de Jesús y los leprosos de nuestro tiempo. 

    Un leproso camina en dirección a él. Jesús no se aparta, no muestra temor; se detiene junto al dolor y escucha; el leproso “llevará vestiduras raídas, estará cubierto hasta el labio superior, estará solo y fuera” (Levítico 13, 46). De esa boca cubierta, del rostro escondido del rechazado sale una expresión bellísima: “Si quieres,  puedes curarme”. 

    Con toda la discreción de que es capaz: “Si quieres”. E intuyo a Jesús tocado por esta petición grande y sumisa que le oprime el corazón y le obliga a mostrarse: “Si quieres”. A nombre de todos los hijos adoloridos de la tierra el leproso lo interroga: ¿Qué quiere verdaderamente Dios de esta carne llagada? ¿qué se hace con estas lágrimas? ¿Quiere sacrificios o hijos sanados? Frente al contagioso, al impuro, un cadáver que camina, que no se debe tocar, un deshecho echado fuera, Jesús siente “compasión”. 

    El Evangelio usa un término de una carga infinita, que indica un calambre en el vientre, una mordida en las vísceras, una rebelión física: no, no quiero, ¡Basta de dolor! Jesús siente compasión, estira la mano y toca. En el Evangelio, cada vez que Jesús se conmueve, toca. Toca lo intocable, tocando ama, amando lo cura. Dios no cura con un decreto, sino con una caricia. La respuesta de Jesús al ”si quieres” del leproso es directa y simple, una palabra final e inmensa desde el corazón de Dios: “Lo quiero: ¡sana!”. 

    Me lo repito, con emoción, con confianza, con fuerza: eternamente Dios no quiere más que hijos sanados. Es la hermosa noticia, un Dios que hace gracia, que sana la vida, sin condiciones. Que lucha conmigo contra todo lo que me hace daño, renovando gota a gota la vida, estrella a estrella la noche. Y lo despidió con tono severo, ordenándole no decirlo a nadie. Porque Dios no realiza milagros con algún otro fin, para ganar adeptos o tener éxito, ni siquiera para convertir a alguno. 

    El cura a leproso para que vuelva íntegro, para que sea restituido a su plena humanidad y a la alegría de los abrazos. Es lo mismo que sucede con todo gesto de amor: amar “por”, hacerlo por cualquier interés, no es verdadero amor. Cuantos hombres y mujeres, llenos de Evangelio, han hecho como Jesús y han ido al encuentro de los leprosos de nuestro tiempo: refugiados, migrantes, enfermos, adictos, prostituidos. Los han tocado, un gesto de afecto, una sonrisa, un pan, y muchos de estos, son miles y miles, literalmente han sanado de su mal y se han convertido, a su vez en sanadores. Tomar el Evangelio en serio tiene dentro un poder que cambia el mundo. Y todos los que lo han tomado en serio y han tocado a los leprosos de su tiempo, todos dan testimonio de que hacer esto lleva consigo una gran felicidad. Porque te pone de la parte justa de la vida.

    ¡Feliz Domingo!

    ¡Paz y Bien!






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    Articulo Revisado: Si quieres, puedes curarme Calificacion: 5 Revisado por: Fr. Arturo Ríos Lara
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