Asunción de la Santísima Virgen María
¡Buenos días, gente buena!
Domingo XX Ordinario B
Asunción de la Virgen María
Evangelio
Lucas, 1, 39-56
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de su sierva. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre».
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Palabra del Señor
María es asunta al cielo, símbolo de la gloria de Dios, llevada a la presencia inmediata de Dios, llegada a la experiencia inmediata de él. María es introducida en la Santísima Trinidad, más cercana que los ángeles y los santos, asunta en alma y cuerpo, con toda su persona ha alcanzado la bienaventuranza y la felicidad completas. Como Jesús en la resurrección. La Asunción es la Pascua de María y la Iglesia está convencida de la verdad de la Asunción siendo esta una participación singular en la Pascua de Cristo.
Nosotros hacemos fiesta y nos alegramos con María porque la amamos. Dic san Andrés de Creta: “¿Qué manos te depositarán en la tumba? ¿Qué oración fúnebre te haremos? ¿Con qué cantos te acompañaremos? La tumba no puede tenerte, los abismos no pueden prevalecer contra ti. ¡Vete entonces en paz! Aléjate de las moradas terrenales. Haz benévolo al Señor hacia las criaturas, de las que eres parte. ¡Alégrate con gozo indecible, rodeada de la luz eterna, ahí donde está la vida verdadera!”
María es también el futuro de todos los que son de Cristo. Es la imagen de la Iglesia, primicia de la humanidad redimida. Nuestro presente es el camino hacia la misma plenitud de la vida y la felicidad. Y la tarea de la Iglesia es adecuarla incluso con la belleza del arte, con la grandiosidad de las cúpulas, señales del cielo. María asunta es el modelo de la esperanza cristiana.
El canto del Magnificat es la grande alabanza de María por lo que Dios ha hecho en ella: María era de mediana estatura y de extraordinaria belleza, sus movimientos eran los de una que danza frente al sol. Su virginidad era tan maternal que todos los hijos del mundo hubieran querido confluir en sus brazos… Y era tan casta y sombra, tan sombra y luz, que sobre ella se alternaban todos los equinoccios de primavera. Si levantaba las manos, sus dedos se convertían en pajarillos, si movía sus graciosos pies, la tierra se convertía en manantial. Si cantaba, todas las creaturas del mundo hacían silencio para escuchar su voz. Pero sabía ser también solemnemente callada. Sus ojos nacidos para la caridad, lejanos de cualquier cansancio, no se cerraban nunca, ni de día ni de noche, porque no quería perder de vista a su Dios.
Y estas son sus palabras: Una voz como la tuya, que entra en el corazón de una virgen, y lo sorprende, una voz de carne y de alma, una voz que no se ve; un hijo prometido a mí, tu sierva que no conoce el amor, un hijo solamente: el Tuyo. ¿Cómo puedo no sorprenderme, y huir lejos, si no fuera por esa ala de hombre que me ha parecido un ángel?... He tenido que cubrirme la cara, y los oídos y los ojos, para no escuchar el zumbido de sus alas… ¿Cómo habría podido contar, yo que soy de naturaleza humilde, que tú me habías escogido y me habías besado en la frente, y luego en la boca? Pero en la Biblia está escrito que la doncella debe concebir y dar a luz, y tú no me has evitado este dolor, porque yo tendría en mis entrañas al hombre Dios, que no se sustrajo a los dolores de hombre… Yo soy solo una tierra adolescente, tierra que se convierte en una flor, y una flor que se convierte en tierra.
¿Por qué virgen si soy madre de todos? ¿Por qué madre si soy una virgen infinita?
Tú me has redimido en mi carne
Y seré eternamente joven
Y seré eternamente madre
Y porque me has redimido, puse junto a ti, la piedra de tu resurrección.
¡Feliz Fiesta!
¡Paz y Bien!
Fr. Arturo Ríos Lara, ofm
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