¡Felices ustedes, los pobres!
¡Buenos días, gente buena!
17 de febrero de 2019
VI Domingo Ordinario C
Evangelio:
Lucas 6,17.20-26
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón.
Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo! De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas.
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos traban a los falsos profetas!
Palabra del Señor.
¡Felices ustedes, los pobres!
El ser humano es un mendicante de felicidad, solo a ella quisiera obedecer. Jesús lo sabe, encuentra nuestro deseo más profundo y responde. Por cuatro veces anuncia: dichosos ustedes, y significa: de pie, ustedes que lloran, adelante, en camino, no dejen caer los brazos, ustedes son la caravana de Dios. En la Biblia Dios conoce solo hombres en camino: hacia la tierra nueva y los cielos nuevos, hacia otro modo de ser libres, ciudadanos de un reino que viene. Los hombres y las mujeres de las bienaventuranzas son las rendijas por donde pasa el mundo nuevo.
¡Dichosos ustedes los pobres! Cierto, el pensamiento duda. Dichosos ustedes que tienen hambre, pero no se les da ninguna garantía. Dichosos ustedes, los que ahora lloran, y no son lágrimas de alegría, sino gotas de dolor. Dichosos los que sienten como herida el desamor del mundo. Dichosos, ¿Por qué? ¿Porque lo pobre es bello, porque sufrir es algo bueno? No, es por otro motivo, por la respuesta de Dios. La hermosa noticia es que Dios tiene una debilidad por los débiles, los recoge de la hondura de la vida, cuida de ellos, hace avanzar la historia no con la fuerza, la riqueza, la saciedad, sino por un sembradío de justicia y de compartir, por cosechas de paz y lágrimas enjugadas. ¿Y estaremos esperando que haya un cambio, una alternancia, porque los pobres se convertirán en ricos? No, el proyecto de Dios es más profundo y más delicado.
Dichosos ustedes, pobres, porque el Reino es suyo, aquí y ahora, porque ustedes tienen más espacio para Dios, porque tienen el corazón libre, más allá de las cosas, hambriento de un más allá, porque hay más futuro en ustedes. Los pobres son la entraña donde se gesta el Reino de Dios, no una categoría asistencial, sino el taller donde se plasma una nueva arquitectura del mundo y de las relaciones humanas, una categoría generadora y reveladora. Dichosos los pobres, que no son propietarios de nada sino del corazón, que no teniendo cosas para dar, se tienen a sí mismos para darse, que son al mismo tiempo mano extendida que pide y mano tendida que da, que reciben todo y dan todo.
Tal vez nos sorprende el “ay de ustedes”. Pero Dios no maldice, Dios es incapaz de augurar el mal o desearlo. No se trata de una amenaza, sino de una advertencia: Si te llenas de cosas, si sacias todos tus apetitos, si buscas los aplausos y la condescendencia, nunca serás feliz. El “ay de ustedes” es un lamento, casi una queja de Jesús respecto de los que confunden lo superfluo con lo esencial, que están llenos de sí mismos, que se aferran a las cosas y no dejan espacio para lo eterno y para el infinito, no tienen caminos en el corazón, como si ya estuvieran muertos. Las bienaventuranzas son la hermosa noticia de que Dios regala vida a quien produce amor, que si uno se hace cargo de la felicidad de otro, el Padre se hará cargo de su felicidad.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!
Fr. Arturo Ríos Lara, ofm.
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