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    sábado, 10 de septiembre de 2022

    El Señor va en busca de quien se pierde

     

    El Señor va en busca de quien se pierde

    ¡Buenos días, gente buena!

    XXIV Domingo Ordinario C

    Evangelio

    Lucas 15, 1-32 

    En aquel tiempo, todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos».

    Jesús les dijo entonces esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».

    Y les dijo también: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte».

    Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.

    Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!". Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;

    ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros".  Entonces partió y volvió a la casa de su padre. 

    Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.

    El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.

    Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero y engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo". El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.

    ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!".

    Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"».

    Palabra del Señor.

    El Señor va en busca de quien se pierde

    Un pastor que desafía el desierto, una mujer de hogar que no encuentra paz por una moneda extraviada, Un padre experto en abrazos. Las tres parábolas de la misericordia son el evangelio del evangelio. Desde su fondo surge un rostro de Dios que es la noticia más hermosa que podemos recibir.

    Había como un sentimiento misterioso entre Jesús y los pecadores, un buscarse mutuamente que escandalizaba a los escribas y a los sacerdotes. Y Jesús explica esta amistad con tres parábolas tomadas de historias de vida: una oveja perdida, una moneda extraviada, un hijo que se va y se pierde. Historias de pérdidas que ponen en primer plano la pena de Dios cuando pierde y va a buscar, pero sobre todo, su alegría cuando encuentra. Ahí la pasión del pastor, como un seguimiento de su oveja por arenales y peñascos. Si nosotros lo perdemos, el no nos pierde nunca. La oveja perdida no encuentra a su pastor, es encontrada; no está regresando al redil, se está alejando; el pastor no la castiga, está viva y eso basta. Y se la echa sobre los hombros para que le sea menos fatigoso el regreso.

    Es una hermosa imagen: Dios no se fija en nuestra culpa, sino en nuestra debilidad. . Dios es amigo de la vida: Jesús sana ciegos, tullidos, leprosos, no para que se hagan fieles observantes, qué bueno que suceda, sino para que sean personas plenas, felices, realizadas, hombres cabalmente promovidos a hombres.

    La pena de un Dios -mujer de hogar- que ha extraviado una moneda, que enciende la lámpara y se pone a barrer y encuentra su tesoro, lo barrera bajo el polvo recogido de los rincones más oscuros de la casa. Así también nosotros, bajo lo sucio y maltratado de la vida, bajo defectos y pecados, podemos barrer siempre, en nosotros y en todos, un fragmento de oro.

    Un padre que no quiere perder a sus hijos, y se le pierde uno, siente la casa vacía. Un padre que no apunta el dedo ni culpa a los hijos que desaparecen de su vista, sino los hace sentir como un pequeño tesoro del que tiene necesidad. Y corre y le echa los brazos al cuello y no le importan para nada las excusas que ha preparado porque prefiere la felicidad de su hijo antes que su fidelidad.

    Las tres parábolas terminan en los mismos términos. La última nota es una alegría, un contento, una felicidad que alcanza cielo y tierra: habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte, más que por noventa y nueve justos… ¿De qué brota esta felicidad de Dios? De un enamoramiento, como un perenne Cantar de los Cantares. Dios es la Amada que busca de noche por la ciudad y a todos pregunta solo una cosa: “¿han visto al amado de mi corazón?”. Yo soy el amado perdido. Dios me está buscando. Si lo comprendo, en vez de huir, correré hacia él.

    ¡Feliz Domingo!

    ¡Paz y Bien!

    Fr. Arturo Ríos Lara, ofm






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    Articulo Revisado: El Señor va en busca de quien se pierde Calificacion: 5 Revisado por: Fr. Arturo Ríos Lara
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