Tránsito del Padre Francisco
Queridos hermanos:
Estamos celebrando el "Tránsito" de nuestro padre san Francisco, el momento en que, al final de su vida, él celebró su pascua; queremos revivir en el silencio y la meditación los últimos momentos de la vida del Padre. Este hombre que llegó a plenitud en el amor, en el bien, la paz y la libertad, mostrando al mundo, a la Iglesia, a nosotros, que es posible una vida como Dios la soñó. Queremos responder al ardiente deseo de su corazón de moribundo, cuando al ver inminente el final de sus días, llamó a los hermanos que deseaba ver y bendijo a los presentes, a los ausentes y a todos los que a lo largo de los siglos formarían, -formaríamos-, parte de su fraternidad.
Entonces, alegrémonos en el Señor hermanos, porque los ojos de nuestro padre, enceguecidos por el llanto, nos miran también a nosotros; sus manos traspasadas, esta noche se alzan de nuevo para posarse sobre cada uno de nosotros y bendecirnos.
Meditemos por un instante en los últimos momentos de la vida de Francisco, recordando sus gestos y sus palabras porque las palabras y los gestos de un moribundo deben permanecer vivos en la mente y en el corazón de los que quedan.
La muerte es siempre un momento trágico para el hombre, pero Francisco se acerca a ella con un gozo intenso. Siente gozo porque sabe que regresa a su Señor. Por eso confiesa su candor: "estoy tan estrechamente unido a mi Señor que me gozo sobremanera en el Altísimo".
Francisco, ante ello, -parece increíble-, canta, exulta, goza. Es misteriosa y sublime la muerte de Francisco.
La pasión de Francisco se estaba terminando. Fue una pasión larga, que duró veinte años, desde cuando desnudo delante de su padre, se entregó en los brazos de Cristo desnudo. Y dos años después de haber recibido los estigmas, estaba finalmente para llegar su hora. Fue cuando, como recuerda Tomas de Celano "cumplidos en él todos los misterios de Cristo, voló felizmente a Dios". Cumplidos en él los misterios de Cristo significa que, por ese designio que acompaña la vida y la historia maravillosa de cada hijo de Dios, somos destinados, como lo recuerda el apóstol san Pablo, a llegar a ser conformes a la imagen del Hijo de Dios. En Francisco tal designio no sólo se dio en su corazón o en su voluntad, sino en su misma carne, hasta el punto que sus hijos, cuando lo vieron moribundo en la Porciúncula comprendieron que había llegado a ser verdaderamente un hombre nuevo y vieron en su cuerpo las heridas del Cordero inmaculado, Jesucristo, quien con su sangre lavó los pecados del mundo.
Pero hay algo más: Francisco muere celebrando la Pascua del Señor. Realiza gestos llenos de profundo significado y su muerte se torna en una verdadera celebración litúrgica. En efecto, Francisco celebra un rito, ejerciendo una función típicamente sacerdotal; después de haber cantado su prefacio de acción de gracias y de haber recogido las voces de toda la creación, celebra finalmente su propia pascua.
Después de haber escuchado el Evangelio de la última Cena, repite el gesto de Jesús, parte el pan y, lo distribuye a los suyos junto con su frágil cuerpo crucificado, indicando con ello el significado que quiere dar a su muerte, es decir, el de una comunión que lo mantendrá siempre unido a los suyos. En una liturgia tan solemne no podía faltar el canto y Francisco mismo lo entona, recogiendo sus últimas fuerzas de moribundo; escoge el salmo 141, un canto oportuno, preludio festivo del encuentro del hombre con Dios: "Mientras mi espíritu viene a menos, tú conoces mi vida... yo grito a ti, Señor, tú eres mi refugio, tú eres mi suerte en la tierra de los vivos... arranca mi vida de la cárcel... en torno a mí los justos harán coro por tu favor para conmigo".
Fue entonces cuando, cumplidos en él los misterios de Cristo, acogió la muerte cantando.
Queridos hermanos:
Francisco, nuestro padre y hermano, nos enseñó a vivir y nos enseñó a morir. Podemos preguntarnos, ¿Cómo miramos nosotros la muerte? Si tenemos miedo de ella es evidente que nuestro corazón esta aun recargado con demasiadas cosas. Si Jesús es nuestro amigo, no debemos sentir miedo de él; no se teme la llegada de un amigo sino que se lo espera con grande alegría. La vida de un hombre de fe navega serena al terminar la jornada de la vida, porque sabe que después de la oscuridad de la noche le espera el sol de la mañana, la luz de la resurrección anhelada.
Nosotros hermanos, hemos de continuar nuestro camino hacia la meta pero mirando con grande simpatía la tierra, pues sabemos que toda la cosecha del mundo será recogida un día, dentro de ese misterio inefable que es la vida. La vida, el canto, la flor, la primavera, el cielo azul, el sol resplandeciente, las estrellas en el cielo, la amistad, la fraternidad, la paz, el consuelo, una sonrisa, la calma, el atardecer, la contemplación, la oración. Todo va en camino de madurez y de crecimiento que nos llevará paso a paso hasta el final de esta vida estupenda, una vida llena de amor, de fraternidad, de libertad, de Evangelio: una vida como Dios la ha proyectado, como es el sueño de Dios, hasta hacernos repetir con gozo y con convicción sincera las maravillosas palabras de Francisco nuestro padre y hermano: "Alabado seas mi Señor por nuestra hermana la muerte corporal"…
Fr. Arturo Ríos Lara, ofm
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